¿Son contagiosos los pensamientos depresivos?

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Las emociones pueden ser tan contagiosas como una gripe. Basta una breve interacción con una persona, tal vez una aparentemente intrascendente conversación de ascensor, para que nos inocule el virus de la tristeza o nos contamine con los microbios de la ira. También, del lado positivo, muchas veces es suficiente pasar al lado de alguien que sonríe para que comencemos a sentirnos mejor…

Pero, ¿qué ocurre con los pensamientos que se asocian a tales emociones? ¿son igualmente contagiosos? ¿y qué sucede cuando se trata de relaciones con una cierta estabilidad, como aquellas que mantenemos con nuestra red social habitual?

Un interesante estudio, publicado en Clinical Psychological Science, ha analizado si la vulnerabilidad cognitiva a la depresión puede ser contagiosa -literalmente- entre compañeros de habitación. En concreto, el foco del estudio se pone en dos tipos de vulnerabilidad. Una, la tendencia a centrar la atención en los pensamientos negativos y en la anticipación repetida de consecuencias negativas, algo que en el argot clínico se conoce como «rumiación» y que el común de los mortales llama «comerse la cabeza» (más o menos, por seguir con la metáfora de la «digestión cognitiva»). La otra forma de vulnerabilidad analizada es la «indefensión aprendida», que básicamente se refiere a la interpretación de que los acontecimientos negativos ocurren por causas internas («yo soy el culpable»), globales («todo va mal») y estables («el futuro no tiene pinta de ser mejor»). Es conocido que estos estilos cognitivos se asocian a la presencia de síntomas depresivos, como la tristeza, la falta de motivación o la anhedonia. Y, más aún, los patrones de vulnerabilidad cognitiva parece que tienden a activarse cuando uno se encuentra pasando por acontecimientos vitales estresantes, lo que no ayuda precisamente a afrontarlos de la mejor manera. Como si la gripe nos encontrase, además, con las defensas bajas.

Haeffel y Hames (2014) emplearon para su estudio 103 parejas de novatos, aproximadamente  el  60% de las cuales eran parejas de chicas, con una media de 18 años, que compartían habitación en residencias universitarias del medio-oeste norteamericano. Estas parejas se conformaban aleatoriamente, según el procedimiento de la residencia universitaria, lo que luego facilitaría la obtención de conclusiones con ciertas garantías. En tres momentos diferentes (linea base, 3 y 6 meses), los investigadores midieron para cada participante su vulnerabilidad cognitiva a la depresión (rumiación cognitiva y pensamientos de indefensión), la presencia de síntomas depresivos, y el grado de exposición a acontecimientos estresantes. La idea era comprobar si existía una relación entre los niveles de vulnerabilidad cognitiva de cada pareja de novatos, una vez transcurrido cierto tiempo de convivencia. Dicho de otra forma, el estudio trataba de ver si, pasados 3 y 6 meses, los compañeros de dormitorio se habían «contagiado» sus niveles de vulnerabilidad cognitiva a la depresión. Obviamente, los investigadores -antes de nada- se habían asegurado de que, gracias al azar, efectivamente los niveles de vulnerabilidad iniciales de las parejas no estaban en absoluto relacionados.

Los resultados confirmaron la hipótesis de la transmisión de los pensamientos relacionados con la depresión, aunque no de todas las formas de vulnerabilidad cognitiva. En concreto, mientras que la tendencia a la rumiación sí parecía ser altamente contagiosa, no era así en el caso de los pensamientos referidos a la indefensión.

El nivel inicial de rumiación de cada miembro de la díada era un predictor significativo del nivel de rumiación de su compañero/a a los tres y seis meses, como puede verse en la figura. Cuando alguien tenía la mala suerte de haber caído con un compañero «rumiador», sus niveles de vulnerabilidad tendían a incrementarse con el tiempo; mientras que si uno había coincidido con alguien cuyas tendencias a darle vueltas y vueltas a los problemas era baja, estaba de enhorabuena…posiblemente el mero contacto con él o ella iba a tener un cierto efecto «terapéutico», reduciendo los niveles de vulnerabilidad propios.

Fuente: Haeffel y Hames, 2014

Fuente: Haeffel y Hames, 2014

¿Por qué las interpretaciones relacionadas con la indefensión no se contagiaban? Los autores dan una interesante explicación, a modo de hipótesis que deberá ser sometida a mayor investigación. La rumiación es un aspecto procesual de la cognición, es decir, se refiere a cómo manejamos la información problemática (por ejemplo, si logramos distraernos o por el contrario empezamos con la mencionada «digestión pesada» de pensamientos). Los pensamientos de indefensión se refieren, en cambio, a contenidos específicos (yo soy…, el futuro es…). Teniendo en cuenta esta diferencia, Haeffel y Hames aventuran una posible explicación a los resultados. Los procesos cognitivos serían más modificables, mientras que los contenidos del pensamiento tendrían una mayor estabilidad y serían más resistentes, en comparación. Sin duda es una hipótesis sugerente, y de la que podrían derivarse implicaciones importantes de cara a la intervención cognitiva sobre los pensamientos asociados con la vulnerabilidad a la depresión.

Otro objetivo del estudio fue comprobar si los cambios en la vulnerabilidad cognitiva, referidos a la rumiación, estaban en conexión con un mayor riesgo de desarrollar síntomas depresivos en el futuro.

Y los datos indicaron que era así.  El aumento de los niveles de vulnerabilidad cognitiva (rumiación) durante los tres primeros meses se asociaba a una mayor presencia de síntomas depresivos a los seis meses, cuando la persona estaba sometida a niveles altos de estrés. En comparación, la asociación entre niveles de estrés y síntomas depresivos (a los 6 meses) era menor para aquellos que no habían aumentado su vulnerabilidad cognitiva en los tres primeros meses de cohabitación con su compañero, lo que parece indicar que el no-incremento de la vulnerabilidad juega un cierto papel protector.

Fuente: Haeffel y Hames, 2014

Fuente: Haeffel y Hames, 2014

Los autores mencionan dos implicaciones de su estudio a tener en cuenta. En primer lugar, sería interesante analizar cómo diariamente estamos expuestos a una multitud de mensajes que pueden contagiarnos algún grado de vulnerabilidad a la depresión, no sólo a través de las personas que nos rodean, sino de aquellas a las que estamos expuestos mediante los medios de comunicación y las redes sociales virtuales. En segundo lugar, y en línea con la idea anterior, una interesante vía de intervención en el caso de la depresión puede venir del contexto social que le rodea a uno. Rodearse de personas con un estilo cognitivo adaptativo y positivo podría ser una ayuda inestimable a la hora de reducir la vulnerabilidad propia a la depresión, e incluso de prevenir el desarrollo futuro de síntomas. Como dice la sabiduría popular, dime con quién duermes y te diré cómo te levantas…

Puedes acceder al artículo de Haeffel y Hames (2014) aquí (sólo abstract en abierto).

Fotografía de encabezamiento: Sad Clown, by Shawn Campbell.

Referencia:

ResearchBlogging.orgHaeffel, GJ, & Hames, JL (2014). Cognitive Vulnerability to Depression Can Be Contagious Clinical Psychological Science, 2, 75-85 DOI: 10.1177/2167702613485075